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Prof. Gª Fajardo

Todos son de los nuestros

Cuenta Víctor E. Frankl, en “El hombre en busca de sentido”, que al salir del campo de concentración Auschwitz, la mayoría sufrieron una especie de decomprensión acelerada, como la aeroembolia que padecen los que suben demasiado deprisa de una cámara de sumersión.

Muchos reconocían en privado que habían perdido la capacidad de alegrarse y que tenían que volver a aprenderla si querían sobrevivir a la tragedia. Padecían una especie de despersonalización, todo les parecía irreal, improbable, no duradero, a lo que no tuvieran derecho, como en un sueño.

Mientras el cuerpo, que tiene menos inhibiciones que la mente, se adaptó rápido y muchos se pusieron a comer y a beber café vorazmente, incluso en mitad de la noche. Se les soltaba la lengua y eran capaces de hablar durante horas y horas, sentían la necesidad irrefrenable de hablar, para no dormirse. No soportaban el silencio que a muchos les hacía preguntarse por el sentido de tanto sufrimiento, sobre todo, al saberse libres mientras tantos otros habían perecido en aquel infierno. Pero lo más terrible fue comprobar que a algunos no les esperaba nadie.

“No esperábamos encontrar la felicidad pero tampoco estábamos preparados para la infelicidad”, y sobre todo para  escuchar de labios de sus conciudadanos “No sabíamos nada. Lo siento. Aquí también sufrimos”. La amargura y la desilusión resultaron ser una experiencia muy dura de sobrellevar, y muchos sucumbieron ante la incapacidad de reintegrarse en una antigua vida que ya no existía como la habían conocido, o en la que sentían extraños. Muchos padecieron la soledad, y otros se dejaron morir en un mundo en el que no encontraban sentido para su sufrimiento y el de tantos millones de seres. Los que mejor se adaptaron a la nueva situación fueron los guardianes de los campos que, el día de la liberación, ya ofrecían cigarrillos y sonreían vestidos de civiles.

Lo más terrible fue que los de naturaleza más primitiva no podían escapar a las influencias de la brutalidad que les había rodeado mientras vivieron en el campo. Ahora, al verse libres, recuerda el siquiatra vienés Frankl, pensaban que podrían vivir sin sujetarse a ninguna norma y dar rienda suelta a sus represiones más brutales. Se convirtieron  en instigadores de la fuerza y de la injusticia. Muchos pasaron de víctimas a opresores.

Victor Frankl recuerda a un prisionero que enrollándose las mangas de la camisa, le gritó: “¡Que me corten la mano si no me la tiño en sangre el día que vuelva a casa!” Y el médico vienés recalca que “no era un mal tipo: fue le mejor de los camaradas en el campo y también después”.

Esta relectura de páginas admirables, reflexionadas y escritas por un médico que padeció la extrema ignominia de los campos y que dedicó su vida a que muchos pacientes descubrieran un sentido para sus vidas, puede ayudarnos a leer las conductas salvajes, brutales e inhumanas que los medios de comunicación ponen ante nuestros ojos cada día. Desde todos los lados de la Rosa de los vientos, en una cacofonía desesperante ante la que no deberían doblegarse los responsables de los gobiernos de las naciones más educadas, democráticas, desarrolladas y ricas del planeta. El Contubernio de Viena y los espantosos silencios ante las monstruosidades de las que tienen plenos conocimiento los dirigentes de la Tierra pasará a la historia como otra de sus páginas más tristes y vergonzosas ante las que uno se vuelve a preguntar por el sentido de ser persona en un mundo enloquecido que cabalga hacia la autodestrucción y el caos entre las luces de bengala de los anuncios de neón. Con Nietzsche seguimos creyendo que “quién tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”. Pero nosotros no podemos permanecer en silencio ni de brazos cruzados cuando padecen tantos millones de víctimas inocentes.  Porque todos son de los nuestros.

 

José Carlos Gª Fajardo

Madrid, 22 junio 2006

1 comentario

DavidCG -

No puedo dejar de estremecerme al recordar lo que le contesta un SS a Primo Levi tras arrancarle de las manos un carámbano en Auschwitz:
-¿Por qué?
-Aquí no hay porqués.

¿Hay acaso porqués en las matanzas de judíos y palestinos, en las cárceles guantanameras, en el infierno resurrecto de Darfur, etc. etc. etc.?

No hay lógica en esta cultura del cuanto más, mejor. No me vale lo de: dinero llama a dinero.